21.3.08

Albañiles sin futuro y escritores organizados


Lo que sigue es una carta de lector que envié al diario Perfil para responder a una serie de provocaciones de Rodolfo Enrique Fogwill contra la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA) y sus dirigentes.

En las ediciones de Perfil de los pasados 23 de febrero y 2 de marzo, el escritor Rodolfo Fogwill se despacha contra la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA) y sus directivos. No voy a responder a los insultos personales. Me interesa, en cambio, el verdadero destinatario de esos ataques: el proyecto de ley de pensión para los escritores presentado por la SEA en la Legislatura porteña.
La mayoría de los escritores no asegura su sustento, ni mucho menos su retiro, con su oficio. Sólo logran esa condición los pocos que alcanzan el éxito editorial. El resto debe apelar a otras tareas para sobrevivir, o quedar directamente desempleados. Los escritores tampoco cuentan con los subsidios necesarios para desarrollar sus actividades; mucho menos, la difusión de su trabajo en los medios de comunicación, cuya “política cultural” está regida por el beneficio privado.
La ley que promueve la SEA no puede superar por sí sola esta orientación en la cultura. Pero, al menos, pretende el sostenimiento de los escritores que, en la última etapa de su vida, no han logrado asegurarse beneficios jubilatorios, cobertura médica o ahorros personales.
Fogwill sostiene que los escritores no deben percibir pensión porque no realizaron aportes jubilatorios durante su vida. Pero si un escritor los hubiera realizado… ¡no necesitaría la pensión! Fogwill descarta la pensión apelando al hecho que, precisamente, la justifica. Por lo visto, la intensidad de los insultos es inversamente proporcional a la calidad de los argumentos.
Las razones de Fogwill serán pobres, pero no lo es su propósito. Con su oposición a la pensión, él propone que el destino personal y profesional del escritor quede enteramente librado a las necesidades de la industria editorial. De ese modo, el lucro –y no las necesidades culturales de una sociedad– debería regular, por entero, nuestra tarea.
Afortunadamente, no piensan como él los más de trescientos escritores que, desde las más diversas vertientes estéticas e ideológicas –como Federico Andahazi, Jorge Asís, Jorge Aulicino, Osvaldo Bayer, Diana Bellessi, Abelardo Castillo, Martín Caparrós, Alejandro Dolina, Jorge Leonidas Escudero, Daniel Freidemberg, Luisa Futoransky, Germán García, Juan García Gayo, Juan Gelman, Mempo Giardinelli, Angélica Gorodischer, Noé Jitrik, Alberto Laiseca, Jorge Lanata, Tununa Mercado, María Moreno, Antonio Requeni, Guillermo Saccomanno, Beatriz Sarlo, Juan Sasturain, Héctor Tizón, David Viñas–, aportaron su firma en apoyo al proyecto de la SEA.
En la misma nota de Perfil el detractor se declara maravillado por conocer a un albañil que, “a los setenta años, continúa trabajando”. Parece que lo guía una suerte de furia ultramontana contra toda conquista previsional.
El problema es otro: según ha trascendido, Fogwill está asesorando al Gobierno de la Ciudad en cuestiones de “política cultural”. ¿Sus agresiones a la SEA apuntan a que el proyecto de ley de pensión al escritor permanezca eternamente cajoneado en la Comisión de Cultura de la Legislatura? Los escritores estaremos alertas.

Eduardo Mileo
Poeta

Unir a los artistas y los vecinos en la misma lucha


En su edición del 15/3/08 Crítica publica una nota de Susana Cella titulada “No es una pelea del consorcio literario” en la que alude, sin nombrarme, a declaraciones mías publicadas por el diario Clarín acerca de la solidaridad de los poetas con el conflicto que llevan adelante los docentes de los centros culturales del Programa Cultura en los Barrios por el cierre de quinientos talleres y la reducción de horas cátedra a la mayoría de ellos dispuestos por el gobierno de Mauricio Macri. Aquí le respondo.

La lucha que han emprendido los docentes de los talleres culturales de los barrios para reincorporar a más de doscientos despedidos por el Gobierno de la Ciudad tiene en estos momentos la solidaridad de los poetas de Buenos Aires.
Con el falaz título “Polémica entre poetas por un ciclo del Gobierno de la Ciudad”, el diario Clarín publicó una nota en la que promueve un debate ficticio. No porque no existan diferencias entre quienes nos solidarizamos con los compañeros de los talleres, sino porque estas son totalmente secundarias respecto del objetivo principal.
Pienso que Susana Cella y yo estamos en la misma vereda en esta lucha. Por eso creo que Cella erra el camino al poner en primer plano los disensos. Con esto se hace eco de las intenciones de esa nota periodística, con lo cual, aun involuntariamente, produce divisionismo.
Respeto absolutamente la decisión de los compañeros que han resuelto no concurrir a las lecturas a las que fueron invitados por el Gobierno de la Ciudad. ¿Pero qué hacemos con aquellos que quieren solidarizarse con el conflicto pero no creen que ese sea el camino? Susana confunde “crear un fondo de huelga” con “darles el dinero a los damnificados”, con “hacer beneficencia”. Se crea un fondo de huelga para mantener la lucha de los trabajadores y, de manera más amplia, crear lazos de solidaridad entre ellos y la comunidad en general. Y, por supuesto, no es ni mucho menos liberar al Estado de su responsabilidad sobre el destino de los fondos que recauda, sino, por el contrario, utilizar esos fondos para mantener la lucha que pretende darles un destino justo.
Nadie cuestiona que un músico cobre por tocar. Pero parecería que ir a leer poemas no es un trabajo, lo que nos llevaría al absurdo de pensar que un artista está trabajando cuando transmite las técnicas de su arte, pero no lo hace cuando lo produce. Mi posición no se opone a la de los compañeros que han decidido no ir a leer, sino que es complementaria: trata de integrar a los que piensen que otras medidas de lucha son posibles. Es necesario reunir a todos los involucrados en este hecho, es decir, los artistas docentes de los talleres barriales (despedidos o no) y sus organizaciones, todos los artistas que se solidaricen con ellos, y los vecinos afectados por la desaparición de talleres, a fin de discutir un plan de acción para reincorporar a los despedidos y lograr la asignación de recursos necesarios para sostener los talleres en todos los barrios.

Algunas consideraciones sobre albañiles de ficción y escritores organizados


En la edición del diario Perfil del sábado 23 de febrero de 2008 apareció una nota digna de un provocador profesional. Y al ver la firma, se comprueba que, efectivamente, se trata de un provocador profesional: Rodolfo Enrique Fogwill.
En esa nota intenta trazar un paralelo entre los buenos trabajadores (un albañil de setenta años que no piensa jubilarse) y los malos (escritores que pretenden jubilarse sin hacer aportes). Lo que más admira Fogwill de su albañil es que sea superexplotado. ¿O no es evidente que si tuviera una jubilación digna podría dedicarse a descansar de una vida de duro trabajo? Claro que si quisiera seguir trabajando, y si alguien lo contratara a los setenta años (a esa edad es probable que tenga problemas para subir a un andamio), podría hacerlo con o sin jubilación. Es decir, no es la jubilación lo que impide a nadie hacer el trabajo que quiera, o que pueda. Queda claro que la invención de albañiles no es el fuerte literario de Fogwill.
En cuanto a la pensión para escritores, se equivoca de cabo a rabo. Cualquier trabajo está regido por el salario, del cual se descuenta un porcentaje para depositar en una caja de jubilaciones. Un escritor debería poder vivir de lo que hace. Contrariamente, los escritores están obligados, para poder cumplir con su imperativo artístico, a tener un trabajo que les dé de comer. Muchos creen, por eso, que el trabajo de la escritura no debería pagarse o, mejor dicho, que no debería exigirse paga por lo que uno hace con placer. Mi opinión es contraria a esta: yo no creo que la inspiración provenga de los dioses; más bien proviene de las posibilidades de ocio creativo que tenga un artista. Y que no se entienda mal: yo creo que el ocio, en un artista, es trabajo.
(Hago un paréntesis para polemizar sobre un asunto del cual se deriva que los escritores no contratados no aporten a ningún sistema jubilatorio. El hecho de que una determinada cantidad de trabajadores esté vinculada a tal o cual tarea en una empresa o gremio no responde, necesariamente, a las necesidades de la sociedad, sino a las de los patrones que manejan esa empresa o rama de la industria, es decir, a las “leyes del mercado”. No es cierto que dichas “leyes” se desprendan de las necesidades de la sociedad: existe una enorme cantidad de desocupados, cuando faltan viviendas, escuelas y hospitales en todos los rincones del país.)
En el caso de los escritores es igual: la sociedad requiere literatura, música, cine, etc., es decir, actividades artísticas. Pero hete aquí que, salvo excepciones, el trabajo del escritor, como el de la mayoría de los artistas, no es remunerado. Se los invita a dar conferencias, recitales, mesas redondas, sin percibir salario alguno por ello. Tampoco tienen el beneficio de ver publicadas sus obras, cosa que deben hacer, en su mayoría, a costa propia (como el mismo Fogwill lo ha hecho). Y no es, como suele escucharse por ahí, porque “no venden”. La mayoría de los escritores publicados por editoriales muy conocidas tampoco venden.
Por tanto, es falso que el escritor no aporte para su jubilación: aporta el 100% de su salario.
Fogwill razona según la óptica de los patrones y de sus gobiernos. Se enfrenta a las organizaciones de escritores, a las que, como a las organizaciones de cualquier ramo del trabajo, habría que defender de las patronales y del Estado, aunque, según él, estén dirigidas por burócratas (en el caso de la SEA, eso es una infamia).
Él piensa que de todos esos afiliados muy pocos son buenos escritores. Pero una organización sindical no está para juzgar el valor literario de sus asociados, sino para defender sus derechos contra el poder que pretenda mancillarlos. Además se opone a los subsidios para la edición de obras y a los premios Municipal y Nacional, porque cree que en eso se gasta mal la plata de la gente (dejando de lado que él estuvo litigando para que le dieran el Premio Municipal, es decir, un subsidio, no cree, en cambio, que se gaste mal pagándoles la deuda externa a los mismos capitalistas que la crearon y que nos han robado hasta el cansancio). Punto por punto el programa cultural del macrismo. Si hasta podría pensarse que Fogwill es un escritor a sueldo del Gobierno de la Ciudad.


P.D. (3 de marzo): En la edición del domingo 2 de marzo de 2008, en el suplemento Cultura del diario Perfil aparece un extenso reportaje a Rodolfo Enrique Fogwill en el que el escritor da un giro de 180º respecto de lo que había dicho la semana anterior, y afirma no haber dicho que los escritores no tenían derecho a jubilarse porque no aportaron a ninguna caja para ello. Tras la aburrida alusión, digna de un político burgués, a que había sido malinterpretado, se descuelga con una declaración increíble: “Escribí a favor de la jubilación para todos. Pero como no da el sistema para que sea así, ¿por qué hay que pagarles a estos atorrantes que escribieron tres libros malos y que son los que presentaron el proyecto?”.
Esta declaración no tiene desperdicio. En principio, afirma que todos deberían tener una jubilación (todos incluye a los escritores). Si lo justo es que todos cobren jubilación y el sistema no da para eso, ¿no habría que cambiar el sistema? Fogwill va incluso en contra de lo que cree justo con tal de defender el sistema.
Pero luego va más lejos aún. Él mismo elige qué escritores deberían gozar de jubilación y cuáles no. ¿En qué quedamos: no había que eliminar los privilegios? ¿Quién es, entonces, el atorrante? ¡Realmente patético!
Finalmente, el petitorio que elevó la SEA ante la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires está avalado no sólo por Osvaldo Bayer y Noé Jitrik, que ya sería bastante, sino, además, por Jorge Asís, Juan Gelman, Beatriz Sarlo, Federico Andahazi, Jorge Aulicino, Diana Bellessi, Abelardo Castillo, Martín Caparrós, Jorge Leonidas Escudero, Daniel Freidemberg, Luisa Futoransky, Germán García, Juan García Gayo, Mempo Giardinelli, Angélica Gorodischer, Alberto Laiseca, Jorge Lanata, Tununa Mercado, María Moreno, Antonio Requeni, Guillermo Saccomanno, Juan Sasturain, Héctor Tizón, David Viñas... entre más de trescientas firmas. No parece razonable que un proyecto de tres tristes trasnochados pueda concitar la adhesión de muchísimas de las plumas más afamadas de la Argentina. A diferencia de Fogwill, que lucha denodadamente para destruir la organización de los escritores, la SEA ha logrado lo que no pudo ningún gobierno, ninguna consigna: unir a personas de muy distinta extracción ideológica en la defensa de un derecho inalienable.