21.3.08

Algunas consideraciones sobre albañiles de ficción y escritores organizados


En la edición del diario Perfil del sábado 23 de febrero de 2008 apareció una nota digna de un provocador profesional. Y al ver la firma, se comprueba que, efectivamente, se trata de un provocador profesional: Rodolfo Enrique Fogwill.
En esa nota intenta trazar un paralelo entre los buenos trabajadores (un albañil de setenta años que no piensa jubilarse) y los malos (escritores que pretenden jubilarse sin hacer aportes). Lo que más admira Fogwill de su albañil es que sea superexplotado. ¿O no es evidente que si tuviera una jubilación digna podría dedicarse a descansar de una vida de duro trabajo? Claro que si quisiera seguir trabajando, y si alguien lo contratara a los setenta años (a esa edad es probable que tenga problemas para subir a un andamio), podría hacerlo con o sin jubilación. Es decir, no es la jubilación lo que impide a nadie hacer el trabajo que quiera, o que pueda. Queda claro que la invención de albañiles no es el fuerte literario de Fogwill.
En cuanto a la pensión para escritores, se equivoca de cabo a rabo. Cualquier trabajo está regido por el salario, del cual se descuenta un porcentaje para depositar en una caja de jubilaciones. Un escritor debería poder vivir de lo que hace. Contrariamente, los escritores están obligados, para poder cumplir con su imperativo artístico, a tener un trabajo que les dé de comer. Muchos creen, por eso, que el trabajo de la escritura no debería pagarse o, mejor dicho, que no debería exigirse paga por lo que uno hace con placer. Mi opinión es contraria a esta: yo no creo que la inspiración provenga de los dioses; más bien proviene de las posibilidades de ocio creativo que tenga un artista. Y que no se entienda mal: yo creo que el ocio, en un artista, es trabajo.
(Hago un paréntesis para polemizar sobre un asunto del cual se deriva que los escritores no contratados no aporten a ningún sistema jubilatorio. El hecho de que una determinada cantidad de trabajadores esté vinculada a tal o cual tarea en una empresa o gremio no responde, necesariamente, a las necesidades de la sociedad, sino a las de los patrones que manejan esa empresa o rama de la industria, es decir, a las “leyes del mercado”. No es cierto que dichas “leyes” se desprendan de las necesidades de la sociedad: existe una enorme cantidad de desocupados, cuando faltan viviendas, escuelas y hospitales en todos los rincones del país.)
En el caso de los escritores es igual: la sociedad requiere literatura, música, cine, etc., es decir, actividades artísticas. Pero hete aquí que, salvo excepciones, el trabajo del escritor, como el de la mayoría de los artistas, no es remunerado. Se los invita a dar conferencias, recitales, mesas redondas, sin percibir salario alguno por ello. Tampoco tienen el beneficio de ver publicadas sus obras, cosa que deben hacer, en su mayoría, a costa propia (como el mismo Fogwill lo ha hecho). Y no es, como suele escucharse por ahí, porque “no venden”. La mayoría de los escritores publicados por editoriales muy conocidas tampoco venden.
Por tanto, es falso que el escritor no aporte para su jubilación: aporta el 100% de su salario.
Fogwill razona según la óptica de los patrones y de sus gobiernos. Se enfrenta a las organizaciones de escritores, a las que, como a las organizaciones de cualquier ramo del trabajo, habría que defender de las patronales y del Estado, aunque, según él, estén dirigidas por burócratas (en el caso de la SEA, eso es una infamia).
Él piensa que de todos esos afiliados muy pocos son buenos escritores. Pero una organización sindical no está para juzgar el valor literario de sus asociados, sino para defender sus derechos contra el poder que pretenda mancillarlos. Además se opone a los subsidios para la edición de obras y a los premios Municipal y Nacional, porque cree que en eso se gasta mal la plata de la gente (dejando de lado que él estuvo litigando para que le dieran el Premio Municipal, es decir, un subsidio, no cree, en cambio, que se gaste mal pagándoles la deuda externa a los mismos capitalistas que la crearon y que nos han robado hasta el cansancio). Punto por punto el programa cultural del macrismo. Si hasta podría pensarse que Fogwill es un escritor a sueldo del Gobierno de la Ciudad.


P.D. (3 de marzo): En la edición del domingo 2 de marzo de 2008, en el suplemento Cultura del diario Perfil aparece un extenso reportaje a Rodolfo Enrique Fogwill en el que el escritor da un giro de 180º respecto de lo que había dicho la semana anterior, y afirma no haber dicho que los escritores no tenían derecho a jubilarse porque no aportaron a ninguna caja para ello. Tras la aburrida alusión, digna de un político burgués, a que había sido malinterpretado, se descuelga con una declaración increíble: “Escribí a favor de la jubilación para todos. Pero como no da el sistema para que sea así, ¿por qué hay que pagarles a estos atorrantes que escribieron tres libros malos y que son los que presentaron el proyecto?”.
Esta declaración no tiene desperdicio. En principio, afirma que todos deberían tener una jubilación (todos incluye a los escritores). Si lo justo es que todos cobren jubilación y el sistema no da para eso, ¿no habría que cambiar el sistema? Fogwill va incluso en contra de lo que cree justo con tal de defender el sistema.
Pero luego va más lejos aún. Él mismo elige qué escritores deberían gozar de jubilación y cuáles no. ¿En qué quedamos: no había que eliminar los privilegios? ¿Quién es, entonces, el atorrante? ¡Realmente patético!
Finalmente, el petitorio que elevó la SEA ante la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires está avalado no sólo por Osvaldo Bayer y Noé Jitrik, que ya sería bastante, sino, además, por Jorge Asís, Juan Gelman, Beatriz Sarlo, Federico Andahazi, Jorge Aulicino, Diana Bellessi, Abelardo Castillo, Martín Caparrós, Jorge Leonidas Escudero, Daniel Freidemberg, Luisa Futoransky, Germán García, Juan García Gayo, Mempo Giardinelli, Angélica Gorodischer, Alberto Laiseca, Jorge Lanata, Tununa Mercado, María Moreno, Antonio Requeni, Guillermo Saccomanno, Juan Sasturain, Héctor Tizón, David Viñas... entre más de trescientas firmas. No parece razonable que un proyecto de tres tristes trasnochados pueda concitar la adhesión de muchísimas de las plumas más afamadas de la Argentina. A diferencia de Fogwill, que lucha denodadamente para destruir la organización de los escritores, la SEA ha logrado lo que no pudo ningún gobierno, ninguna consigna: unir a personas de muy distinta extracción ideológica en la defensa de un derecho inalienable.