6.4.13

Trovadorescas






Espejada en el hueco
de las hojas caídas
no eres el soplo ni eres
las hondas horas idas.
Ni tampoco la ausencia
que derraman tus ojos
acercando mi cuerpo a sus despojos.
No eres la miseria.
No eres la derrota.
Eres el aguaviva que tu pecho escota.
Simulada en la sombra
como una sombra viva
eres luz que las sombras
de mi dolor esquivan.
No es el tigre quien tiende
tu sábana en el lecho.
Ni el águila el sendero
de tu placer estrecho.
Celebro tu cintura
en la boca del viento
y en tu cintura escribo
mi nuevo testamento.
Para ser de tormenta
esta noche es serena.
Mi pena se lamenta
del placer de mi pena.



Bonitas son las alas
del amor en invierno
su falda calurosa
de sierpes y cencerros.
Bonitas las cobijas
donde el color se empaña
donde a su influjo habitan
alacranes y arañas.
Bonito es el lunar
que tu espalda ornamenta
del tigre, las espadas
del sol, la cornamenta.
Bonita, por sencilla
la blusa de la luna
que desatada es otra
y atada no es ninguna.
Me aroma lo bonito
me da luz la cintura
del río que hace agua
la voz de mi locura.



No tomes de mi mano
lo que te doy de mi boca.
No escapes al primero
acorde que te evoca.
El amor es verdugo
pero también divino
y yo, que soy tu amante
también soy tu asesino.



Iremos a Verona
porque el oro se pierde
en la espuma del mar
y el aro de la sierpe.
Iremos a la siesta
donde duerme la dalia
su luz de enamorados
anclados en Italia.
A la sazón iremos
con nuestras manos juntas
a recorrer del mundo
las todas cuatro puntas.
Iremos a la noche
de yeguas imantadas
en nuestra doble boca
de fuego iluminada.
Por los campos iremos
atados a los bueyes
labrando lo que, humano
pueda burlar las leyes.
Y a la orilla del río
como bestias iremos
a beber la lejana
pasión de nuestros remos.
Iremos a Verona
porque nos toca en suerte
cantar una victoria
contra la injusta muerte.



Podías ser la sombra
del árbol, la sinuosa
melodía que al fuego
que mata al árbol nombra.
Podías ser la túnica
del agua serpentaria
que va de labio a labio
como una lengua única.
Podías ser la fuente
de vapores aéreos
la máquina piadosa
la fortaleza ardiente.
Podías del desierto
sujetar los arneses
llevar al mar el río
para que llegue a puerto.
Y podías, dormida
una noche cualquiera
soñar que eras mi muerte
y que yo era tu vida.