16.2.12

Otros poemas


Ars poética

Este poema
de un cuerpo solo,
de sólo un cuerpo que son dos:
uno que en tierra sus alas clava
y otro sin alas volador.

Los ojos de mi padre

Mi padre sonríe.
Es un montón de gente.
Él cree
—o el eco—
que el fuego es otro
viento que lo elige.

¿De quién es
todo?
Inicio que vuelve
y caras
que no atardecerán.

Mi padre reniega de su siesta.
No sabe que
por esos patios
la soledad cae
como una esencia
de sus pájaros.

Pide por mí.
Ven.
Vive por mí.

El brillo de sus ojos es un vino
añejado en la cava
de los míos.



Caída de un bretel a mediodía
        
                                                                           A Gabriela Franco

Amanece bajo un cielo de sombra.
Los pájaros saludan a la luz.
En los ojos inquietos
las nubes pasan
como carrozas de agua.

Tras la ventana duermen
ignorantes del día.
Amparados
en la horqueta del abrazo.

Cae su bretel
como la noche.
Su hombro de luna
embriagado de azul.

Pero, ¿cómo?
Si es mediodía y suspiran
sus párpados de humo.

Con los ojos cerrados
busca la puerta.
Hay una leve
imitación del aliento.

Ningún detalle más,
nada que pedir:
que llovizne sobre el vidrio,
que el agua cante
su tango ciego.



Ojos de gata
 
Tengo la infancia olvidada
por un abuso del crepúsculo.
Cualquier mirón (mirlo) sagaz
puede ver en mis ojos
la hoguera
donde ardieron las brujas.

Mis ojos
de bolita japonesa.

Persas
fenicios
vándalos
aqueos
adoraron mi estirpe
el noble arte de ocultarme
entre sedas y especias.

Tengo débil la sombra
tensado el iris como un arco.
Acecho el corazón de las palomas.
Y mato enamorada
con un salto.

Mis ojos
de bolita japonesa.


Pero no doy consuelo.
No acompaño.
No espero.
Mi destino es errar:
perder el sueño.
Como un perfil egipcio
confundida entre símbolos
caeré con las hojas de mi otoño.

Inimitable

No se parece a nada.
Es como un salto sin aire.

Uno sale de mañana
por la vereda del sol:
sucede entre los rayos.

Un día una gota
puede contener el agua entera.
Es así:
inesperado.
Como hablar en el vacío.
Creer para que el viento
mueva la copa de los árboles.

¿La mujer que se abanica?
Parece invisible.
Pero esto es distinto:
a veces está y a veces no está.
Como un defecto de la vista.

Un día el perro se alcanza la cola.
Uno vuelve de tardecita
con el sol en los ojos:
pasa en las mejores familias.

Es como nadar en el fuego.
No se parece a nada.



Onírica
No sueño más:
no se lamenta en mí la fantasía.
No velo por los muertos,
no acicalo sus tumbas:
el terror me parte con su rayo.
Pero la tarde conmueve a los enamorados
que huyen de sí para salir al sol,
para estar un momento con el aire.
No sueño ya, ni caigo
por corredores elásticos,
ni es veloz mi deseo de lo incierto.
Ya se caen de mis manos los pétalos
que una vez fueron flores.
Ya casi no recuerdo
la sonrisa amada.
En el abismo de mis ojos
crece el vacío
bullicioso del mundo.



Martín Fierro critica el capitalismo agrario en los albores de la patria
Dónde habrá una utopía
donde sentarse a tomar un mate.


  
Serenata del vivo

Extraviado.
No aviador: pero volando.
Los ojos en el aire.

Gallo de veleta: girando.
Oxidado en el baile.
Pero locomotor:
silbado en la bruma de los muelles.

No malestar.
No bienestar.
Serenata inconclusa:
viviendo.


Soneto insatisfecho
A Pedro Mairal
A los Pornosonetos de Ramón Paz

No se puede jamás alzar el trueno
de la voz para entrar al azabache
de aquella concha que, ponele hache,
reclamaba su cuota de veneno.
Uno busca en la luz de las violetas
el espejo que ayuna con la infancia.
Pero es otro el placer de la vagancia:
chupar como Dios manda un par de tetas.
Contra el dolor, la muerte, el desamparo
volvés la vista hacia el pequeño bulo
donde horadaste aquel impío culo
que apuntaba sus ansias como un faro.
Dicen, buen Pedro, que cogiendo tanto
terminás escribiendo en esperanto.


  
Venecia
Como un ido de Dios baila en el odio
y un venido del cielo en el abismo,
las pasiones del agua son el mismo
claroscuro enlazado en matrimonio.

Pero el agua es mujer, y Dios ampara
al caído en el hueco del abrazo,
y le pinta en el rostro con un trazo
una boca que nombra lo que ama.

Agua y cielo se deben compañía
–aunque sean espíritus alados–,
como la noche azul y el claro día.

Por eso el justo Dios los ha casado
en la ciudad que un alma le pedía,
para ya nunca verlos separados.


  
Embriaguez

Vuela como un sol
por la penumbra del día.
Vuela en la sombra y el oro
de los ojos resbala por el agua.
Ahorca la pasión enamorada
de su piedra en el fuego del cemento.
Pero vuela como un sol
como un silencio roto por el viento.

De luz es la melena que la envuelve
y la arroja en la noche apagada.
La veo entrar
por una indiscreción de la ventana.
Y el vino que me embriaga
es su boca de niebla.