23.10.06

El presente hace la historia


El domingo 4 de junio, en Radar Libros, apareció una crítica al libro Palabra viva (Textos de escritoras y escritores desaparecidos y víctimas del terrorismo de Estado. Argentina 1974/1983), firmada por Rogelio Demarchi. A título exclusivamente personal, envié esta respuesta, que discute los puntos de vista principales de aquella nota. La respuesta no fue publicada.

Un artículo sobre desaparecidos que comienza diciendo: “Hubo un tiempo que fue hermoso” comienza mal. Y comienza mal porque –además de pasar por alto, o de tomarse a la ligera, que hubo treinta mil vidas segadas por las armas dictatoriales, sin contar las vidas mutiladas de los familiares de las víctimas– se rinde sin presentar batalla, porque supone que la derrota de aquel momento liquidó toda posibilidad de victoria futura. Ni aquel tiempo fue hermoso, ni lo es este, ni lo será ninguno que permita la explotación del hombre por el hombre y, por ende, la eliminación física de quienes no acuerden con esa barbarie. Ni hubo paraíso ni hay infierno: lo que hay es la lucha que llevaron adelante los compañeros desaparecidos, y la que llevan adelante ahora quienes defienden posiciones políticas enfrentadas a los explotadores y a su brazo armado.


La escritura como trabajo

Debido a su función, que incluye tareas sindicales, la SEA no debería erigirse en tribunal estético, pues, de hacerlo, estaría incurriendo en discriminaciones que, llegado el caso, hasta serían de clase, pues no puede desligarse el problema educativo del gusto por el arte y, mucho menos, de su producción. La SEA no debería sancionar con sus actitudes una discriminación clasista, pues es evidente que las personas de menores recursos económicos, por no recibir una educación adecuada, tendrán menos posibilidades de ser escritores. La política de nuestra entidad es, a mi entender, decirle no a la discriminación, luchar contra ella, combatir contra las condiciones que impiden que quien escribe, o quiere hacerlo, pueda ver coronado su esfuerzo con la publicación de sus obras, y esto le permita crecer personal y profesionalmente. La SEA nunca se dedicó a dictaminar quiénes pueden ser escritores y quiénes no, tarea más propia de un censor que de un sindicato.
Desde luego, esto no está reñido con las políticas que favorezcan el debate de cuestiones estéticas –o cualesquiera otras– al interior de la organización, políticas que está en el espíritu de la SEA promover.
Este libro no es, como propone la nota, una antología. Es una recopilación: por ese motivo están todos. Si existen cartas de amor o poemas de protesta al lado de textos de Rodolfo Walsh o Paco Urondo, será porque, en principio, la dictadura no tuvo un criterio literario para distinguir a esos militantes y, por otro lado, nosotros no quisimos suscribir la misma salida que aquella: eliminarlos. Nuestro criterio, por tanto, no podía ser el de una editorial, porque privilegiamos aquello sin lo cual nadie –ni Haroldo Conti ni un novato– sería o podría llegar a ser un escritor: la vida.


Una tarea de todos

Nuestra entidad estuvo trabajando en la confección de esta recopilación durante más de tres años. De hecho, la recopilación no está terminada. Publicamos una primera lista de escritoras y escritores desaparecidos en 2001, en un acto en el Palais de Glace en el que llamamos a todo el que tuviera noticias de otros a acercárnoslas, y también los textos que pudieran haberse reunido. Si faltan escritores –en todo caso Demarchi podría decirnos quiénes son y colaborar con nosotros en ubicar a sus familiares y conseguir textos de ellos–, creemos que es una tarea de toda la sociedad reparar esas omisiones en otra edición.
Debido a este hecho, no se entiende –o puede entenderse como malintencionada– la comparación que la nota deja flotando entre la SADE y la SEA. Y no se entiende porque no puede compararse a una organización que defiende los derechos de los escritores, que lucha contra la discriminación social en todas sus formas, que ha llevado adelante la investigación sobre sus desaparecidos y sus muertos, que ha publicado esta recopilación, que cada 24 de marzo marcha con la mayoría de la sociedad pidiendo que se juzgue y castigue a los genocidas, con otra que no ha hecho nada al respecto y que, al no hacerlo, ha demostrado con creces que su bandería política se halla en las antípodas.


Juicio y castigo

El título de la nota –“In memoriam”– no le hace justicia al libro, pues no se trata de recordar para no hacer nada más que eso –es decir, la memoria como una forma de olvido–, sino de ofrecer una alternativa a quien quiera luchar para que no vuelva a suceder más. La continuidad de la lucha de nuestros compañeros desaparecidos es lo que les da sentido ahora, lo que escribe su muerte como una parte de nuestra vida, lo que vuelve historia el presente. Por ese motivo, la divisoria de aguas que reclama Demarchi –y que su nota no plantea en ningún sitio– se halla en el prólogo de la SEA –cuyos conceptos se omiten en la nota–, que reivindica a esos escritores desaparecidos en función de su militancia política, denuncia que pasan los gobiernos y los asesinos siguen libres, y reclama juicio y castigo –no museos– a todos los responsables intelectuales y materiales de las desapariciones y los asesinatos de los compañeros. Sin ese señalamiento, es lógico que se piense que aquel fue un tiempo hermoso –¿quizás en contraposición con este?– y que aquellas discusiones versaban sobre literatura, y no sobre revolución. Si no se pudo llegar a las definiciones que la nota reclama fue por las razones de todos conocidas: que la dictadura tomó el poder, destruyó las organizaciones de los explotados y asesinó a muchos de sus militantes. Y en estos casos, la única definición posible –sobre la cual la SEA sí responde– es decir sin ambigüedades de qué lado de la vereda estamos.

Un lugar propio



Debatir qué cultura queremos

Esta nota fue escrita en respuesta a la propuesta del secretario de Cultura Rubén Stella al asumir sus funciones. La propuesta debería estar en la página de la Secretaría de Cultura de la Nación, pero puede suceder que la hayan quitado o que yo sea demasiado torpe con la red para encontrarla. De todos modos, supongo que se entenderá.

Al inicio de su gestión, la nueva dirección de la Secretaría de Cultura de la Nación propuso un debate acerca de “qué cultura tenemos, soñamos y podemos encarnar los argentinos”, en la convicción de que el máximo hecho cultural que podemos crear es “una patria, un lugar propio”. Esta convocatoria resulta, en principio, confusa. ¿A quién se convoca a debatir? ¿A los trabajadores, a los artistas e intelectuales, al pueblo en general, a todos? De ser así, ¿este debate no está planteado desde el 19 y 20 de diciembre pasado? ¿Los piquetes y cortes de rutas, los cacerolazos, las asambleas populares, las ocupaciones de fábricas y su puesta en marcha bajo control de los trabajadores, las puebladas al Congreso y a Tribunales, los escarches en las puertas de los bancos no discuten ya qué clase de país queremos?
Al ignorar este hecho, la Secretaría se suma al coro de artistas e intelectuales que proclaman como un estigma de nuestros pueblos (los de Latinoamérica) “el silencio de los oprimidos”, en momentos en que nuestros pueblos han salido a manifestarse masivamente (basten los ejemplos de nuestro país y de Venezuela). Entonces, ¿ese silencio del que hablan no será el de ellos? ¿No estarán expresando, sin más, su propia ausencia en la lucha? ¿La mudez ajena que declaran no será, en realidad, sordera propia?
Y no se trata, desde luego, de que los intelectuales deban ser la vanguardia esclarecida de la sociedad, sino de que colaboren en la creación de un modelo de sociedad. Pero para tener claridad al respecto hay que estar en las calles. En definitiva, los dirigentes de este proceso no saldrán de vanguardias iluminadas sino de entre los que se hayan mostrado más consecuentes en la lucha y la defensa de los intereses del pueblo.
En resumen, la Secretaría llegó tarde a la convocatoria: el debate está planteado en todo el país.


Construir el modelo

Ahora bien, ¿con qué banderas se lo convoca: tiene la Secretaría su modelo de país, de cultura? Desde luego que sí. En principio, porque se trata de funcionarios que responden a un plan superestructural trazado por el gobierno nacional, un plan signado por la aplicación de recetas fondomonetaristas en nuestro país; es decir, la defensa de los intereses de los grandes capitalistas multinacionales y el ataque consecuente a los intereses del pueblo trabajador. Baste recordar el mantenimiento de la expropiación de los bienes de los ahorristas (“simpáticamente” denominado “corralito”), la enorme licuación de deuda de los grandes capitalistas que significó la pesificación, la inflación desenfrenada, que en artículos de primera necesidad superó el 50 %, la fabulosa caída del salario, el terrorífico aumento de la desocupación, entre tantas otras cosas. Los planes implementados por el gobierno de Duhalde son el modelo de país del FMI. ¿Es esta la alternativa que la Secretaría presenta al debate?
No hay más que ver el estilo de pensadores que cita el secretario Rubén Stella para darse cuenta de que defiende el modelo privatizador que ha llevado al país a la bancarrota: “No haga usted en el gobierno lo que pueda hacer una empresa” (Toni Puig Picart, fundador de la revista española Ajoblanco). Siguiendo estos consejos, desde Menem hasta Duhalde, pasando por De la Rúa-Álvarez, el Estado ha regalado las empresas que nos pertenecían a grupos de capitalistas que las vacían en su propio beneficio. Es evidente que esta clase dirigente hace ya tiempo que convirtió en letra muerta la ley que ella misma creó, porque esta es una clase dirigente que hace ya tiempo ha dejado de creer en sí misma. Para “poner una patria de pie” harían falta bases un poco más firmes.


Panorama del desierto

El panorama en Cultura no es diferente. El presupuesto para el área ha descendido notablemente, provocando el absoluto deterioro de las condiciones laborales, tanto para los trabajadores efectivos como para los contratados, alarmantes rebajas salariales, desocupación a galope tendido.
¿Qué hacer en el desierto? La Secretaría propone dos vías de acción: el turismo cultural y el festejo de fechas patrias, ambas para “recuperar nuestra identidad perdida”. El plan de turismo cultural incluye, entre otras jornadas, la Peregrinación de la Virgen del Valle, la de la Virgen de Itatí, la Fiesta de la Virgen de Guadalupe, la del Ternero, la Yerra y el Pial, la de la Ganadería de las Zonas Áridas y el Aniversario del Desembarco de los Colonos Galeses. El de festejo de fechas patrias incluye el 25 de Mayo –esta metodología parece haberse contagiado a la Secretaría de Cultura de la Ciudad, que organizó un Periconazo para esta fecha en la Capital–, el 9 de Julio y el 17 de Agosto.
Este plan se presenta bajo el argumento de que “la cultura es de los hombres, no solo de los artistas”, y con el propósito de “darle el protagonismo a la gente”. Estoy de acuerdo con estos enunciados, pero habría que agregar que la cultura no es de los funcionarios y que darle el protagonismo a la gente debería incluir un aumento inmediato de salarios, que el salario equivalga al costo de la canasta familiar, que se indexe según el alza del costo de vida, y que haya pleno empleo en todo el país. Nadie puede ser protagonista de nada –salvo de su propia muerte– con hambre, sin techo y sin ninguna perspectiva de futuro.


¿Para qué luchar?

El secretario Stella manifestó en un reportaje que el debate era imprescindible “en este momento de globalización dolarizadora y dolarizados golpes a la democracia”. Salvando el hecho de que él representa al gobierno globalizador y golpeador, esta necesidad es clara, y un buen modo de llevarla a cabo sería convocar a una Asamblea General de la Cultura, de la que participen todos los artistas y trabajadores del área, y en la que se discutan los problemas que aquejan hoy a la cultura en nuestro país, con el objetivo de votar un plan de lucha por reivindicaciones mínimas:
a) aumento de presupuesto y control de este por los trabajadores;
b) ningún despido; pase a planta permanente de todos los contratados;
c) salario mínimo que equivalga al costo de la canasta familiar, indexado según el aumento del costo de vida;
d) llamado a concurso para cubrir las programaciones en todas las áreas artísticas, bajo control de los trabajadores;
e) estatización de los medios masivos de comunicación y puesta en marcha bajo control de los trabajadores;
f) plan cultural en los barrios, para dar trabajo a artistas desocupados y espectáculos gratuitos al pueblo.
Este sería un modo de protagonismo real, en el que la gente dejaría de ser espectadora para convertirse en artífice de su propio destino, de su lugar propio.

17.10.06

Boa



El escozor del roce
de una nariz en la axila.
El plancton de la lengua.
La tibieza
de la yema de un dedo sudoroso
humedeciendo el cactus
de un labio seco.
La viga maestra que levantan
los carpinteros de Salinger.
La cuenca
que navega la nutria.
Un ojo de hilandera
en una seda japonesa.
La trama finísima
de la porcelana vieja.
El balanceo
desigual del empuje
del agua contra el junco.
El mármol de la corva.
El vidrio del muslo.
El arenal de la espalda.
El giro de una hoja
que se vuelve al sol.
El paso del desierto
en un reloj de arena.
La carne en que se pulen los espejos.
La lengua que horada la piedra.
La hendidura del agua en la pesca de un pato.
La pata
de un oso posada en aguas vírgenes.
Una lombriz
que emerge de la tierra húmeda.
El soplo
de un quejido de amor en la oreja.
Un tórax de hielo
cayendo en el agua.
La hilera de licores.
La transparencia que espesa los licores.
La primera intransigencia
de la madera ante el hacha.
El pájaro de la cosecha.
El topo de la siembra.
La bandera del cielo hendida por un rayo.
El ojo de una pluma de pavo real.
La zanahoria que asoma
de la boca de un lechón muerto.
El animal de las bodegas.
La leyenda del Minotauro
pero Ariadna sola en el laberinto
sin hilo.
El espasmo muscular de un pájaro de Utamaro.
La prueba de mantener
la respiración bajo el agua.
La respiración
que sucede a la salida del agua
después de la prueba.
El llanto
que se aquieta en los brazos de un oso.
La Victoria de Samotracia, es decir
la mujer sin cabeza.
La Venus de Milo
con Apolo enfrente.
Safo
frente a la Venus de Milo.
Apolo sin brazos
en un barrio negro.

Una cortina
que se mueve sin viento.
El viento que mueve las cortinas.
La sal del mar en los labios
de los enamorados.
Un agujero en una manzana.
El olor del ajo en los dedos.
El olor a papel viejo de los cuadros sinópticos.
La bandeja
con un solo saladito
parecido a un barco.
El barco que repta
en la bandeja salada.
Una cara
que mira la bandeja y tiene
por boca el saladito.
El temblor de una uva.
El interior ignorado de la uva
que provoca el temblor.
La mirada de alguien
a quien jamás volveremos a ver
que se posa en la boca.
La boca con que besamos
a quien jamás volveremos a ver.
La luz
que no deja ver qué hay detrás.
Lo que hay detrás.
Lo que hay detrás de lo que hay detrás.
Lo que nunca estará detrás
y se nos niega.

Un papel ardiendo en silencio.
El fuego que enmudece al papel.
El papel que habla por el fuego.
Un monte
con arbustos como vellos.
El cordón
de una zapatilla enhebrándose.
Una aguja
a la que cuesta enhebrar.
Una niña que infla un globo.
El aire del globo
antes de enfriarse.
Un muñeco que cuelga en la pared.
Los cadalsos vacíos.
El vacío
donde falta un cadalso.
La pared sin muñecos.
Los cuadros que espera esa pared
y que nunca serán pintados.
La pintura
que chorrea en la pared.
El palo que revuelve la pintura
provocando un abismo.
La impureza de dos pinturas
antes de mezclarse.
La mezcla:
esa otra impureza.
El cromo de una canilla
deformando las imágenes.
Las imágenes que se deforman solas.
Las imágenes que se deforman
al contacto con otras imágenes.
Las imágenes que no se deforman
y brillan por su ausencia en la canilla.

El péndulo de la cola
de un toro espantamoscas.
Las moscas
que aplasta la cola del toro.
Las moscas que escapan a la cola del toro
y serán aplastadas por la cola de un caballo.
El temblor
de las ancas de un caballo.
Las crines de un caballo que baja a beber.
Un deshollinador
que empuja su escobillón
en una chimenea.
La galera del deshollinador.
El tizne
que lleva al deshollinador a otra raza.
La raza del hollín.
La raza verde del pasto
donde han hecho el amor las otras razas.
Un picaporte cerrando una puerta.
Un picaporte abriendo una puerta.
Una puerta que no cierra ni abre.
La puerta del hortelano.
Un hortelano sin perro.
El ano de un perro que roza una hortensia.
La hortensia perfumada por el ano.
Cualquier boda donde abundan los anillos.
Las bodas donde siempre sobran los anillos.
Todos los anillos que esperan su boda.
La boa del anillo.
La boca de la boa que se traga a sí misma.
Esa boa
acabada de tragarse.
La presa que escapa del vientre de la boa
una vez que la boa se ha tragado.
El desamparo de la presa de la boa
fuera de su vientre.
Esa presa
que ahora es otra
amparada en el vientre de otra boa.
La historia
esa boa que no se reconoce.
El vidrio
a través del cual miramos la historia.
La historia que se ve desde cualquier vidrio.
El que rompe el vidrio y se lo traga la historia
y otra vez la historia de la boa.

Un sombrero que ha recorrido el mundo.
La cabeza del dueño del sombrero.
El dueño de la cabeza.
El que recorre el mundo sin cabeza.
El mundo que recorre cualquiera.
El mundo sin sombrero.
El sombrero sin mundo que recorrer
caído en cualquier cabeza.
La pluma que adorna un sombrero.
El pájaro que ha muerto para adornar sombreros.
La muerte
que adorna a todo pájaro.
La muerte que hace nido en la boca del sombrero.
La cerradura.
El ojo de la cerradura.
El ojo de la cerradura que es una boca.
La cárcel del ojo.
La reja de la cárcel del ojo.
El ojo que atrapa a su reja.
El óxido del ojo.
El óxido de la reja atrapada por su ojo.
La imagen del óxido atrapada en el ojo.

La soledad del oro.
El oro sin conquista.
La conquista que prueba la existencia del oro.
La prueba del conquistador.
El conquistador en su soledad de oro.
La selva del oro
que conquista al conquistador.
El oro enquistado en la cabeza de la conquista.
El oro del sol sobre la selva.
La selva sin oro que espera su conquistador.
El que acude al llamado de la selva.
El que acude al llamado del oro
que la selva lanza para conquistarlo.
El que perdido en la selva
no escucha su propia voz.
El que perdido en el oro es una selva llamándose.
El que perdido en las llamas es oro de la selva.
El llamado de sí: el fuego.
El que es oro de sí mismo.
Aquel que en el orín ve el oro.
Un loro en un árbol de una selva.
El árbol que sin loro está desnudo.
El grito del loro.
El grito que del loro escuchan las orejas.
Las orejas del loro.
El árbol de las orejas.
La cera de las orejas
que no es miel ni es oro.
La cera que horada las orejas.
La oración de la miel.
La abeja que zumba en las orejas.
El oro de la miel que es un zumbido en la boca.
La boca de la oreja.
La boca que se hace agua y se horada a sí misma.
La sed de la boca hecha agua.
El agua para la sed de la boca.
La gota que colmó el vaso.
El agua que al colmar el vaso es derramada.
El que pisa el agua y desata la tormenta.
La tormenta del vaso.
El vaso de Arquímedes colmado por su gota.
Arquímedes sin agua en su bañera.
Arquímedes sin bañera, sin vaso y sin agua.
El agua sin Arquímedes.

El arco que mide su flecha.
La flecha que se vuelve contra su propio arco.
El arco muerto por su propia flecha.
La muerte, esa flecha sin arco.
La parca.
La palabra parca.
La parca palabra que es la palabra flecha.
El arco de la palabra.
El arco de la palabra
que impulsa la palabra flecha y da en la muerte.
La flecha que da en el blanco.
El negro como blanco de la muerte.
El negro muerto por mano blanca.
La mano que blanqueó la muerte del negro.
La mano que escribió no ha muerto nadie.
La mano de nadie.
Nadie en la mano que escribió la muerte.
La mano negra.
La mano que se enciende al calor de otra mano.
Los dedos de la brasa.
Los dedos que se queman al tocar otra brasa.
La brasa del otro.
Aquel que crepita en otro fuego.
Los fuegos desiertos.
El que grita fuego en el desierto.
El que llama en el desierto.
El que cree que alguien lo llama en el desierto.
El que ha llamado y cree, a su vez,
que alguien le responde.
Responder en el desierto.
Responder desiertos cuando alguien llama.
Responder que no llamen más
en el desierto.
Responder a un llamado con una llama.
El fuego de la respuesta.
La respuesta del fuego.
Aquel que se inmola en la respuesta.

El vidrio por el que se mira.
El color del vidrio por el que se mira.
La mira de un vidrio roto.
Lo roto del color.
El calor que brota de un color roto.
El hilo que sujeta la rotura de un color.
El hilo de otro color que se rompe.
El hilo que ocupa la hendidura de una aguja.
El hilo que pugna por penetrar una aguja.
La pugna por penetrar.
La penetración como una pugna.
Un ojo penetrado por una aguja.
El hilo de sangre del ojo penetrado.
El color de la sangre que brota del ojo.
El vidrio del ojo hecho color.
El color del ojo por el que se mira.
El color de llorar.
La nube del ojo.
La nube que desata
tormenta eléctrica en el ojo.
La corriente del ojo.
La corriente que sale del ojo
y penetra en el aire.
El aire desplazado por la corriente.
La plaza del aire.
La música sorda que produce el aire desplazado.
La banda de plaza del aire.
El olor del aire cuando suena.
El sonido del olor del aire.
El aire que transporta el sonido de su olor.
El sonido transportado.
El sonido en carrito de aire.
El sonido
a la espera de algo más cómodo.
Algo más cómodo que sonar.
Un sillón sonoro.
El sonido de lo muelle.
La sordera del sillón, que sigue quieto.
La quietud del sillón.
La quietud del sonido.
El aire que no lleva
más que polvo mullido de sillón.
El aire sucio.
La suciedad de lo quieto.
El polvo quieto.
El polvo que suena en un solo lugar.
El sonido que suena en un solo lugar.
El sillón que escucha sonar un aire cerca.
La cercanía del aire que envuelve al sillón.
La suciedad de lo que envuelve.
El sonido de un cascabel
que no sabe que viene de una serpiente.
La serpiente que vuelve de su propio sonido.
La serpiente encantada por su propio cascabel.
La serpiente mordida por su sonido.
El perro que se muerde la cola.
El círculo envuelto en sus tangentes.
Y otra vez la historia de la boa.

El tiempo.
El tiempo, esos pasos de aire.
El tiempo que suena puntual.
El tiempo que se retrasa.
El que traza el tiempo.
El trazado de puentes.
Los puentes sin trazar que todos cruzan.
El agua bajo el puente sin trazar.
El agua sobre la que caminan
los que cruzan puentes sin trazar.
Los cristos ciudadanos.
La ciudad sin agua sobre la que caminar.
Los pasos en el agua.
Los pasos hundidos.
Los pasos ahogados.
Los ahogados por un pie.
Los ahogados que pierden pie en las ciudades sin agua.
Los ahogados perdidos en el agua del pie.
El puente del pie.
Las hormigas que cruzan bajo el puente del pie.
El puente de las hormigas.
El puente que las hormigas cruzan como agua.
El agua negra de las hormigas.
El agua que lleva hojitas a su madriguera.
La madriguera del agua.
La madriguera líquida
donde mueren ahogadas las hormigas.
Los ínfimos seres que devoran a las hormigas muertas.
El mar de los ínfimos seres devorados.
La oleada de calor de devorar.

Orar.
Orar devotamente.
Orar devotamente acalorado.
La devoción del calor.
El fuego de la devoción que devora.
La hoguera.
Las llamas que se llaman devoción.
Las llamas que devoran a los devotamente herejes.
La herejía del fuego.
El infierno en un bosque de obispos.
Los obispos de clorofila púrpura.
El oro que devotamente brilla en los obispos.
El fuego de los dedos.
El fuego circular de los dedos anulares.
El oro opaco en un dedo que brilla.
Un dedo quemado por un anillo de oro.
El oro de los dedos.
Los dedos que tocan el oro.
El oro penetrado por un dedo.
El oro innumerable.
El oro sin himen.
El himen que pierde el oro en los rodados.
El brillo de las bicicletas que llevan un himen.
El sudor de las ciclistas.
Esas gotas que brillan como el oro.
El himen horadado por el sudor.
El himen que suda como un negro.
El oro negro.

El sudor irisado del petróleo.
El aceite de piedra.
El silencio de la piedra que suda aceite.
La piedra virgen que pierde su petróleo.
La piedra que suda de vergüenza.
El color de la vergüenza en un negro.
El cristal con que se mira la vergüenza de un negro.
El cristal con que mira un negro.
Los anteojos negros.
El antifaz que no muestra los ojos.
Los ojos ciegos de antifaz.
El carnaval de los ciegos.
El juego del agua en el carnaval de los ciegos.
La carne de Nerval en los juegos del agua.
El agua que juega con los ciegos.
El agua que no sabe que un ciego no la ve.
El agua imprevista.
El agua reflejada en un anteojo negro.
El cristal con que el anteojo mira el agua.
Los ojos del anteojo.
Los anteojos de los que huye lo mirado.
La fuga de los ojos.
La mirada de los ciegos.
El ojo de los dedos.
Los dedos que tocan un ojo.
Un ojo penetrado por un dedo.
La boca que se hace agua
cuando un dedo penetra un ojo.

El animal que atesora sus huesos bajo tierra.
La tierra del animal
que se revuelca encima de sus propios huesos.
El revolcón que es tierra
que luego vuelve a reposar.
El reposo del animal que lo prepara
para el otro reposo.
Lo que está bajo tierra y no son huesos.
La vida bajo tierra.
Los muertos que pierden bajo tierra su máscara
por la acción de la vida bajo tierra.
La máscara de la vida.
La máscara de la tierra.
Los huesos de la máscara.
La cara del animal que depone otra vida en la tierra.
La deposición: esa muerte tibia.
El humo de la deposición.
El humo
que es otra máscara del aire.
La tibieza del aire enmascarado.
La máscara de la tibieza.
La fijeza que esconde toda máscara.
El fijador
que fija el humo al aire y nos da
la apariencia de una máscara.
El aire retratado.
El infinito retrato que es un espejo de aire.
Todo lo que el espejo airea.
Los trapitos al sol.
La ropa que el espejo cuelga de un alambre.
La ropa que vuela sin dejar el alambre.
El alambre que atrapa a la ropa en vuelo.
El vuelo del alambre.
La boca del alambre que muerde la ropa.
La ropa mordida.
Los dientes del vuelo.
La ropa que cuelga, yerta, de su alambre.
La sangre del agua que enjuagó la ropa.
La lágrima enjugada.
El llanto del dueño de la ropa.
El llanto de un dueño que se quedó sin ropa.
La desnudez de la ropa.
La muerte vestida.
El llanto que desnuda una muerte.
La misma muerte con lágrimas en los ojos.
Los ojos de la muerte.
La muerte de los ojos.

La muerte entendida como un faro.
La vida entendida como un océano.
El mar que muestra el faro.
El mar que no sabe que el faro lo muestra
y sigue siendo mar.
El mar sin máscara.
El faro, que no sabe que el mar no sabe,
y muestra siempre el mismo mar.
El color del cristal del faro.
La marea que marea al mar
que rompe contra el faro.
El faro borracho de tanto mar.
La borrachera del farero.
La borrachera del farero que alumbra en otro mar.
La traición del mar.
La traición del que va y viene
y no tiene rumbo fijo.
El ojo del farero.
El ojo del farero que traiciona su propio faro.
El farol en la casa del farero.
El farol en la casa de cualquiera.
Cualquiera que tenga un farol.
Cualquiera que se ufane de la luz de su farol.
La luz del que se ufana.
El afán de lucir.
El que se ufana de su luz.
El que ufano en su luz se da sentido.
La luz del sentido.
El principio del sentido.
El sentido entendido como un espejo.
El sentido entendido como un espejismo.
El espejismo del sentido
y otra vez la historia de la boa.


De Poemas sin libro, Ediciones en Danza, 2002

15.10.06

Caída de un bretel a mediodía





A Gabriela Franco

Amanece bajo un cielo de sombra.
Los pájaros saludan a la luz.
En los ojos inquietos
las nubes pasan
como carrozas de agua.

Tras la ventana duermen
ignorantes del día.
Amparados
en la horqueta del abrazo.

Cae su bretel
como la noche.
Su hombro de luna
embriagado de azul.

Pero, ¿cómo?
Si es mediodía y suspiran
sus párpados de humo.

Con los ojos cerrados
busca a tientas.
Hay una leve
incitación del aliento.

Es así.
Ningún detalle más,
ni otra cosa que pedir:
que llovizne sobre el vidrio,
que el agua cante
su música ciega.

Un juego: "haikuizar" poemas



Estos haikus nacieron de un juego: “haikuizar” un poema cualquiera. Se lee un poema, se extrae su “esencia” o su tema y se “haikuiza”. Aquí van algunos ejemplos: primero está el poema en el que me basé y luego el haiku que me inspiró.

Wang Nan Che
(Dinastía Song)

El esplendor de las montañas bordea por entero
el esplendor del agua.
El perfume de los lotos y de las castañas acuáticas
se extiende a diez mil lis y sube hasta la
balaustrada en que me apoyo.
Acariciado por el viento suave, bajo la clara luna,
¿cómo inquietarse por las cosas humanas?
Me entrego enteramente al aroma que viene del Sur
en alas de la fresca brisa.

El suave viento roza
las altas hierbas.
Susurro del corazón.


¡Oh, el aseo prolijo de mi choza! Todo está inmaculado,
no hay lugar para el musgo.
Los árboles en flor, por mi mano plantados, ya forman avenida.
Hay un río que protege mis campos y acrece su frescura.
Dos colinas se alzan como pórticos y parecen marcar
el camino hacia el verde follaje.

Los árboles plantados
forman camino.
Mis ojos son el río.


Sia Ching
(República)

El sol ya recogió todas sus sombras,
el aire contiene su aliento.
El sueño marca las verdes pupilas del gato
con su oro nocturno.

Sueñan profundamente todos; el mundo
se sumerge en un reposo virgen.
Al fin la laboriosa abeja apaga su zumbido
y se retira a descansar en el corazón de una rosa.

La noche está cerrada.
Ya todos duermen
en su negro silencio.


Mao Tse Tung (1893-1976)

Año Nuevo
(Enero de 1930)

Yu Joa, Chin Liu, Kuei Joa;
lugares que atraviesa un estrecho sendero, entre frondosos bosques, resbaladizos musgos.
Desde allá, adonde vamos hoy,
la mirada domina la montaña Yu Yi;
en la cima del monte, en lo hondo del valle,
el viento desenrolla la bandera como si fuera una pintura.

Por estrecho sendero
vamos andando.
El viento es mi bandera.


Cheu Pan Yen, China
Dinastía Song

Cuchillos que recuerdan el agua.
Sal blanca que parece nieve.
Ella, con sus afilados dedos, desgaja otra naranja.
Ya comienza a estar tibia la alcoba de brocado,
y se aspira insistente el perfume de almizcle.
Sentada frente a mí, toca el laúd...
Me pregunta en voz queda:
¿Dónde vas esta noche?
Ya la tercera alerta dieron en la muralla.
Resbalará el caballo sobre la blanca helada...
¿No sería mejor que te quedaras?
¡La calle está tan sola!

Ya comienza a estar tibia
la cama blanca.
Cuchillos en el agua.

14.10.06

Algunos poemas





Agua bebida
A Irene Gruss

No sé hablar.
Me despierto alejado.
Trastabillo en mis pasos.

Inadecuado espejo de lo que podría
soy los que soy:
no me reparto.

Hasta aquí llegan luces
de horizontes oscuros.
Letanías de lobos.
Aullidos de luna llena.

Por aquí pasó alguien
a mojarme los ojos.

Pero no sé decirlo.

Dentro de mí hay un agua,
un silencio de campana.


El jardinero

I
Bebe sin número.
Cree que ha dejado atrás una jornada.
Pero el alba tarda.
Y el cielo.
Desde sus ojos,
dos magníficas luciérnagas nocturnas
combaten. Bebe,
su corazón a la intemperie.
Huye de su viento
como un enamorado.
Detrás
del vidrio infatigable
bebe sin número. Cree
que ha dejado atrás una jornada.


II
Una canasta con frutas
sobre dos sedas italianas.
Quiere decir...
La fruta brilla
con laborioso lustre.
El estampado de las telas
es de un fulgor apagado.
Ríen
afuera y beben.
Alguien ha dejado abierto un grifo
para que huela a tierra
mojada.


La raya muerta
A Raúl Mileo

En su ademán inmóvil suspendida,
aparición en el alud de espuma,
esperando ya no,
desesperada,
la raya muerta.

Encadenada a su espejo de arena
como los astros a su elipse, quieta,
cielo de bocas entreabiertas,
la raya muerta.

Muerta sin fin, sin alas, ciega.
Pájaro de tierra.
El mar la cubre y la descubre. Juega
con esa niña sin muñecas.

Para la luz del sol.
Para una catedral de luz desierta.
Para la vida sin la vida. Huella.
Vuelo de hondura de la raya muerta.
Raya no de diálogo.
De fin.
Página suelta.

Rumor de mar.
Amores en América
desaparecen de su puerta.
Brilla el frío solar y apaga el cielo.
Abre los ojos la raya muerta.

No raya de pasión.
No de quimera.
Ni de alegría ni de esperma.
Virtud del agua que en el agua queda.

A su salud postrera,
el ojo del crepúsculo se incendia.

Raya sin alas.
Pájaro de guerra.
Murió de un pescador que vive en pena.
En el fondo del mar
la vida late.
Pero es del aire lo que vuela.


Nocturno

El cielo está armado.
La tierra está armada.
El fuego.
El agua viva.
Aquí está tu coraza.
Mi espalda de timbales.
Aquí la noche líquida
incandescente
oscura.
Aquí mi corazón:
en la batalla.
Y tú
como mi suerte
estás echada.


Santa Tecla amansa a las fieras

Ya que sin ver lo transparente
he navegado hacia el poniente
y sin saber
lo que la vida me tiene deparado,
no me resigno a este silente
mar, entre todos, aparente
que sin querer
el corazón me ha destrozado.

Hay en el mundo un adecuado
ritmo abundante y depurado
que sin volver
nos abre el cielo del poniente,
y un parloteo anonadado
de loro terco y caminado
y sin haber
no hay alegría suficiente.

No pido nada que frecuente
cola de diablo en su tridente
y sin temer
ningún dolor de castigado,
pido tan sólo hincar el diente
en el sinuoso fruto ardiente
que sin morder
será tesoro inacabado.

Estos cinco poemas pertenecen a la obra Poemas sin libro, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2002.


Las moscas

El que está sin amor
o el que está sin trabajo
ahuyenta –sin amor
pero no sin trabajo–
una mosca tenaz.
El insecto es religioso en su fastidio.
Como si orara,
como si el orbe levantara entre las alas,
se esfuerza en el zumbido
por imitar a la abeja.
Pero nadie esperaría de ese vientre negro
–a pesar del ojo verde o bordó–
la dorada descendencia de la miel.

El sin amor o el sin trabajo la mira
describir una órbita aleatoria
tomando su cabeza como sol.
Bebe
de a sorbos
todo el vuelo.

“Amor y trabajo
–piensa entre tragos–,
no alcohol y tabaco.”


Con la vista en el horizonte

El sin trabajo se quedó sin luz:
se lo tragó la verdad.
Ni acomodarse pudo: vacío
como silueta forense.

¿Por qué esperar del mundo una respuesta?
¿Qué sabe de uno la noche?
No hay fuera de las manos una acción.

Sólo lo inmóvil persevera:
lo demás es del viento.


Esto no es un fantasma

El que está sin trabajo
cuelga de un perchero.
Su cotidiano deshacerse,
su ser nadie más que ropa
expuestos como un cuadro.
“Esto no es un perchero”,
habría dicho Magritte
si no fuera una momia,
una nada hecha de polvo y misterio.
Pero qué puede decir el sin trabajo
si desaparece de su ropa,
si no es nadie en el amor del mundo.

Con la punta de los dedos
aferra el puño de la camisa holgada.
Siente en la yema los hilos
de la tela raída.
Y vuelve a colgar de su perchero
como la momia de Magritte.


San Cayetano

Es un día de fuego.
Estalla en los ojos
el sol de la cúpula
y es un incendio de odio la campana.

Cantan los fieles una fe que se apaga.
San Cayetano tiene la espiga marchita.

Pero bailan como alambres
las filas de fidedignos,
las columnas encendidas de la grey.

Es un día de fuego
porque hay fuego en los ojos
porque es de fuego el rostro que confía.

Es de fuego y tiene hambre.
La sombra no se come.

Ya no se bendice el agua.
Dios no tiene perdón.

El que está sin amor
o el que está sin trabajo
abandona la fila de creyentes
y camina junto a las paredes
escritas por los herejes.


En la ruta

El sin trabajo huele a quemado.
Su aspecto de sí mismo
lo descubre ante el mundo.
Como el amor se come con champán,
el sin trabajo no piensa enamorarse.
Pero vivaces
sus ojos se despiertan
cuando huele en el aire.
El sin trabajo cree en el humo
de las gomas encendidas.


Estos cinco poemas pertenecen a Poemas del sin trabajo, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2007.

El poeta, ¿un excluido?




Este texto fue escrito para una mesa redonda cuyo tema era el del título, que se llevó a cabo en el primer Festival Internacional de Poesía desarrollado en la Feria del Libro de 2006.

Lo que por un lado es vacío –lo que escribo se aleja en ese momento de mí–, por el otro es plenitud: nombrando al mundo me completo. Lo que es oscuro y me pierde, laberinto de mí, se vuelve luminoso y claro, espacio abierto. Generación de la mudanza, lucidez del instante, secreción visceral de la conciencia, grito ensimismado, apocalíptica visión del paraíso, cactus, desierto, inundación, potencia, fracaso de la inercia, tormenta en reposo, sexo de los dioses, pájaro del deseo.
La poesía es concentración, y en ella las cosas se manifiestan como extractos, se expresan como agujeros negros de sentido. La melodía verbal se ajusta en ritmos que combinan frases y silencios y que, en algunos casos, producen la armonía de versos simultáneos. De todos modos, los armónicos de ciertas palabras resuenan en la cámara natural del silencio poético, pueblan los coros del vacío.
La belleza que ofrece la poesía es una belleza íntima, porque la poesía nos hace bellos y, en ese trance, nos vuelve dioses de nosotros mismos. Pero en esa operación en la que participamos todos, como poetas o como lectores, la poesía nos hace universales, nos convierte en universo.
Es por eso que, entre todas las cosas, la poesía une mis fragmentos, me establece en la categoría de lo humano, de lo que es capaz de amar. Ante la poesía quedo perplejo: me obliga a mirarla de frente, me impide mentir; soy los que soy sin ambages. Me une y, por tanto, me libera: me pone dentro de mí. Al volverme humano, me desaliena, me corta la retirada, me ubica en la tierra, me da realidad. Por eso también me eleva en un único cuerpo con los que luchan, me solidariza con los trabajadores, porque soy uno de ellos, me da el coraje de sentir que soy muchos, y de combatir con todos ellos por otro mundo que –no tengo dudas– está en este.
La poesía es revolucionaria porque violenta el lenguaje, lo mueve, lo deshace, y luego salta hacia el abismo entre los escombros. La poesía es la paria de la literatura, porque no tiene nada que perder, y ha ganado mordiendo lo que de santo tienen nuestras letras. La poesía está excluida porque la poesía es excluyente, y no puede ser de otro modo en un sistema que solamente será poético en sus ruinas.
Parece un contrasentido sentirse excluido en una sociedad en la que la mayoría de la gente está excluida; es por lo menos una contradicción estar excluido en la mayoría.
Si la mitad de la población de este país no ha leído un libro en los últimos seis meses, cabría preguntarse cuántos de esa mitad han comido todos los días. Si una gran cantidad de gente en este país carece de agua y vive a la intemperie, el poeta solamente podrá hablar de sed y de frío.
Hoy en la Argentina la cultura está vedada a millones de personas que, lejos del placer de la lectura, ni siquiera obtiene el de un plato caliente. Las relaciones sociales de la sociedad capitalista han llegado a tal punto de descomposición que los trabajadores ni siquiera pueden hacer lo mínimo que requiere la subsistencia: vender su fuerza de trabajo por un salario de hambre.
Pero, no obstante esta tragedia, esta glorificación de la miseria humana que es el capitalismo, los que sienten el estilete de la poesía en la garganta continúan dándonos una de las pocas cosas por las cuales nuestra especie puede sentirse orgullosa: las obras del lenguaje humano.
Desde el siglo IV a. C., en que Platón nos echó de su República, los poetas vagamos sin rumbo, y en el siglo XXI nos echan los diarios de sus suplementos literarios, las editoriales de sus catálogos y los funcionarios de sus programas culturales. La poesía ya no es necesaria, porque el capitalismo produce analfabetos.
El poeta es un excluido porque la poesía es exigente, y los defensores de estas relaciones sociales quieren conformismo, lobotomía, anestesia.
El poeta es un excluido porque es un explotado y, como todos los explotados de este país, no vive de lo que crea.
Los capitalistas excluyen a los trabajadores del goce de las mercancías que estos producen, cuando no los privan del pan, del techo y del abrigo y los incluyen en la larga fila de los desocupados, esa lista negra de la exclusión. Si los trabajadores osan levantar la voz de los piquetes, elevar el puño de la huelga, los capitalistas responden con el silencio de las cárceles y el petróleo de las gendarmerías.
El poeta es un excluido porque la mayoría de este país está excluida. El capitalismo es ya incapaz de alimentar y dar cobijo a sus modernos esclavos, y el poeta canta la desdicha, porque es uno de ellos. Pero los obreros se levantan y luchan por su salario, por su derecho a la protesta, y en esa lucha se alzan contra las armas de sus verdugos, por un mundo donde un ademán no cueste la vida, donde no haya explotadores ni explotados. Y el poeta canta entonces la rebelión, y festeja la libertad de su dicha.
Íntima religión, la poesía es cosmos revelado; anatomía del instinto, es una ética que se hace al andar. Con la poesía desaliento el olvido, diluyo el silencio, habito el universo, invento el amor.

11.10.06